martes, 17 de mayo de 2011

Yo siempre ser feliz cuando tú llegar




Bimal decidió probar suerte en España, ahorró durante varios años y desde la capital de Nepal, Kathmandú, partió hacia Europa con sus hermanos para convertirse en verdulero. Le habían contado que en la península había trabajo y podía ganar dinero vendiendo fruta y verdura, aunque tras horas y horas detrás de un mostrador. El tiempo no le importaba, llegaba a una nueva vida por descubrir y el esfuerzo era lo de menos. Su único deseo era ganar dinero para enviarlo a Nepal y mantener a sus padres, ya mayores y sin fuerzas para seguir trabajando en los campos de arroz.
Sus primos habían llegado seis meses antes y ya le habían conseguido un local en un barrio periférico de Valencia. Lo pintaron y lo prepararon para vender las hortalizas de la huerta valenciana. Decidieron repartirse las tareas, Bimal atendería al público, era el más abierto y espabilado y sus hermanos se encargarían de comprar y recibir la mercancía.
Sabía muy poco de español, sólo necesitaba aprenderse los nombres de sus productos, los números para poder cobrar a sus clientes y los saludos por educación. Y en apenas unos días el negocio comenzó a rodar y  a conocer a sus clientas, la mayoría mayores excepto una joven despistada, pero de una belleza que le deslumbraba. Siempre llegaba hablando por el móvil, con prisas y sin apreciar las hortalizas que Bimal había colocado con suma delicadeza. 
La joven no tenía ni día ni hora fija y entraba en la verdulería en cualquier momento alterando el pulso del nepalí que apenas podía articular palabra. Cruzaban las frases justas y ella se despedía regalándole una sonrisa.
Una mañana de noviembre, la joven entró en la verdulería y tras elegir dos calabacines, tres patatas y cinco tomates se dirigió al mostrador. Bimal no lo pensó ni un momento y le dijo. "Yo siempre ser feliz cuando tú llegar". Ella se quedó sorprendida y se ruborizó, pronunció un tímido gracias y salió de la verdulería.
Aquel nepalí le acababa dar una gran lección que nunca olvidaría. "¿Cómo puede decirme un desconocido que es feliz cuando entro en su tienda, y yo que que vivo a cada instante conmigo no consigo apreciarlo?", se lamentó.

No hay comentarios:

Publicar un comentario