lunes, 30 de mayo de 2011

Tú primero


Cuando Ana era pequeña le enseñaron que debía compartir, debía ser amiga de sus amigas. Siempre supo adaptarse a los demás y a conformarse con lo que le daban. 
Fue creciendo y rodeada siempre por las mismas amigas. Algunas se fueron quedando por el camino, pero siempre permaneció acompañada de una. Se contaban su vida, sus intimidades y a pesar de que habían decidido realizar diferentes carreras universitarias seguían juntas e iban uniendo a las personas que llegaban a la vida de ambas. 
Iban saliendo con chicos, pero ninguno cuajaba y Ana siempre comentaba que nunca les pasaría como el resto de personas que se enamoran de una persona y pierden todo el contacto con los demás. Por eso, cuando salía con alguien lo incorporaba en su pack. Las llamaban pin y pon y en la ciudad las conocían por ir siempre juntas. 
Ana no tuvo suerte en el amor y se equivocaba una y otra vez en su elección, pero a su amiga le llegó el amor y la relación entre ambas desapareció. Ana vivía en un sin vivir, entre la promesa que le había hecho a la abuela de su amiga de cuidarla y protegerla de gente como un novio que olía a avaricia y falsedad desde la puerta y entre la libertad de cada persona de elegir a quien desee para enamorarse. 
Durante dos años su relación era escasa, incómoda y distante. Ninguna de las dos se atrevía a decir lo que pensaba. Ana se sentía traicionada y abandonada. Las reflexiones que habían estado haciendo durante toda su vida se habían esfumado y su amiga vivía una vida al margen de ella. Un día Ana entendió que el cuento de compartir que su madre le había contado le había fallado y se sentía desprotegida y desorientada, sólo entendía que su vida la debía organizar sola. Nadie más que ella podría entenderla y protegerla y sólo ella sabía lo que más le convenía.
¿Por qué al nacer no te enseñan a compartir más cosas contigo mismo que con los demás?

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