domingo, 30 de octubre de 2011

La confianza perdida


Como cada mañana, un jueves de noviembre Joaquín se levantó, se duchó con agua templada, decidió estrenar una camiseta roja y sus vaqueros preferidos. Desayunó café con leche más cinco galletas y se dispuso a iniciar un nuevo día como periodista. Trabajaba en un medio local, en la sección de deportes y cubría informaciones sobre partidos de baloncesto. Le apasionaba lo que hacía y no le importaba llegar tarde a cenar o perderse una reunión con amigos. Se sentía afortunado por trabajar en lo que le gustaba y a todo el mundo le comentaba a qué se dedicaba y cómo le apasionaba.
Ese día llegó como todas las mañanas al trabajo, saludó a sus compañeros y se dispuso a prepararse la crónica que tendría que redactar horas después en el partido que se celebraba a las ocho de la tarde. No había ni abierto el ordenador cuando el director le llamó a su despacho, le extrañó, nunca le había llamado pero no se imaginaba para qué era. "Lo sentimos, ya no contamos contigo. No eres el perfil que estamos buscando". No podía creer lo que estaba oyendo y esas palabras le resonaron en su cabeza. El director continuó hablando, pero Joaquín no conseguía entender lo que decía, comenzó a ver doble y se sintió empañado de sudor. Estaba presenciando su despido. "¿A mí?, ¿Cómo puedo ser yo?", se repetía una y otra vez. Cuando su jefe dejó de hablar apenas podía levantarse, las piernas le temblaban y sentía los ojos de todos sus compañeros clavados en su nuca. Llegó a su mesa, recogió su mochila porque lo único que quería era salir por la puerta. Quería huir y sentía la salida cada vez más lejos. Su mundo se acababa de desmoronar, toda su vida centrada en el trabajo y ahora no tenía nada. Había dejado de lado a sus amigos, no tenía novia, ni nada que se le pareciera. ¿Qué iba a hacer ahora?, ¿Cómo viviría? Las preguntas no cesaban de atormentarle. Pero entre tantos nubarrones, vio un rayo de luz. Tenía 30 años, su vida no había terminado, ni mucho menos, empezaba otro ciclo. Se había cerrado esa puerta, pero se abrirían otras. Entendió que la vida son ciclos y si de niño a joven había pasado sin sufrimiento, pasaría de un trabajo a otro sin pestañear. Sólo necesitaba una cosa: confianza. Por suerte esto no se compra, viaja en la mochila de la vida y sólo es necesaria sacarla para saber que la tienes y que siempre la llevas puesta.

jueves, 13 de octubre de 2011

The present is a present





Vivía entre Philadelphia y Madrid y sus vuelos intercontinentales eran como un largo paseo. La mayoría de las veces viajaba sin equipaje, hecho que le obligaba a justificar con convincentes argumentos su inusual costumbre a los policías del control de pasaporte. Conocía a muchas azafatas, adivinaba las frases que iban a pronunciar los pilotos, sabía la hora a la que pasaba la comida y las escasas combinaciones que ofrecían de menú.
Ya se había acostumbrado a la incomodidad de los asientos y seis veces al año cruzaba el océano Atlántico y encomendaba su vida al piloto automático. Acompañado de su música descargada en su ipod, dejaba volar la imaginación y disfrutaba del viaje. Aseguraba que era un momento único cuando descansaba de la vida frenética en la tierra y poco le importaba quién fuera su compañero de viaje. Pero en uno de sus vuelos coincidió con una joven por equivocación. Ella debía ir dos filas por delante, pero al volar sola le había dejado su asiento a una pareja que no tenían los números correlativos.
Les separaban unos 20 años de edad, pero apenas a los treinta minutos de comenzar a  hablar se dieron cuenta de que se habían reconocido. Una mirada profunda, unas palabras claves y su conversación no cesó hasta que aterrizaron nueve horas después.
A 7.000 pies de altura llegaron a la misma conclusión, su coincidencia no era casual. Ambos debían encontrarse en ese vuelo. Ella volaba hacia un mundo por descubrir, una aventura por vivir y un destino por encontrar. Y él todavía con ganas por devorar la vida, soñaba con disfrutar cada minuto, cada momento que le regalaban. The present is a present. Una expresión bordaba en inglés y que los dos supieron aprovechar. Sin duda, ella recordaría su encuentro como su visionario, quien le alentó, le animó y le aseguró que lograría todo lo que se propusiera en la vida y él no olvidaría a aquella joven con ganas de comerse el mundo, como él hizo 20 años atrás y le recordaría que todavía podía sorprenderle la vida una y otra vez. Los dos se reconocieron y supieron vivir en el aquí y en el ahora.