miércoles, 23 de noviembre de 2011

Yo y el mundo




Julia era una mujer solitaria, segura de sí misma, la llamaban la analógica, vivía sola en un pueblecito de los Pirineos y no tenía ni Facebook ni Twitter. Vivía tranquila con sus plantas, cocinando y leyendo libros apasionadamente. No quería cambiar, pero su hermano mayor le aseguraba que no estaba en el mundo. Él vivía en Madrid, se debía levantar dos horas antes para llegar a su trabajo, viajar en metro rodeado de gente y comer por el camino. Tenía 500 amigos en Facebook y 300 en Twitter, era un apasionado de las redes sociales y no cesaba de anunciar dónde estaba comiendo y qué estaba haciendo. Julia le preguntaba a menudo ¿por qué tienes esa obsesión en tener tantos amigos virtuales y aparentar ser feliz si del primero que tienes que ser amigo eres de ti? Ninguno de ellos se preocupará por ti si un día estás en el paro y ya no eres importante", le comentaba.
Julia sabía que su vida no era la usual, era especial y curiosamente la gente especial es la que triunfa y la que destaca por encima de los demás. Superman, Gandhi, Einstein o Dali, ficción o realidad, todos fueron únicos, todos lucharon por lo que querían y no les importaba si tenían seguidores o eran populares, pero lo fueron.

lunes, 21 de noviembre de 2011

Coincidencias caprichosas



Nunca había creído en el destino, el poder del universo o la fuerza de las coincidencias. Cuando tenía 30 años casualmente se encontró con una ex novia en Santo Domingo, un 4 de enero. Hacía tres meses que le había abandonado tras una noche de promesas y reconciliaciones que acabaron al día siguiente en la soledad de una cama y un mensaje en el móvil diciendo que no podían seguir juntos. La cara descolocada que le quedó aquel día a Antonio la pudo ver en ella, en aquella playa de Santo Domingo. 
Sus amigos le dijeron fue una casualidad coincidir en el mismo hotel, mismo país y mismo día...
Años después veía cómo su amigo se quedaba tuerto cuando una arista se le clavaba en el ojo al mirar hacia arriba. Su abuela se moría el mismo día de su cumpleaños. Son sólo fatalidades, le comentaban sus amistades.
La vida pasaba y cada vez que pensaba en alguien que hacía tiempo que no veía hacía acto de presencia. "Ha sido una coincidencia, sólo eso", le aseguraban sus familiares.
Antonio seguía dudando, pero las justificaciones de los demás le acababan convenciéndolo.
Su hija Ana, era su ojito derecho. Tenía una gran personalidad y hacía un año que vivía sola. Estaba orgullosa de ella y la tarde que cogió el teléfono y le informaron que había fallecido en un accidente de tráfico no podía creer que se tratara de ella. Deseó que el nombre de su hija hubiese sido una coincidencia con otra persona fallecida, pero no fue así. Durante varios meses no pudo levantar cabeza y se hundió en una profunda depresión. 
No sabía qué hacer, su vida no tenía sentido y decidió volcarse en la política. Nunca pensó que podía dedicarse a esta tarea, pero contó con el apoyo de muchos amigos y crearon un partido político. 
Fueron meses intensos y la tristeza de la pérdida de su hija la mitigaba con la política. 
El esfuerzo tuvo su recompensa y su partido sorprendía y Antonio se convertía en alcalde de una céntrica ciudad de España. El día de su proclamación todos deseaban escuchar sus primeras palabras como alcalde. Su discurso conmocionó a todo el mundo. "Hoy he entendido que las coincidencias son la fuerza para manternos vivos. Hoy mi hija hubiera celebrado su cumpleaños. Este día  ahora ya tiene un recuerdo agridulce. Allá donde está mi hija ha querido que este día fuera especial".

domingo, 13 de noviembre de 2011

Morirse de risa




Disfrutaba de la vida, le encantaba reírse y su risa era contagiosa. Tenía 32 años y perdía la cuenta de las veces que se reía al día a carcajada limpia. Su vecino la observaba por la ventana y pensaba que era una exagerada, aseguraba que nada era tan divertido como ella pensaba. Había muchos problemas en la vida y tomárselo a la ligera no era de ser una persona responsable. Rosa no lo podía evitar y la risa era lo que le mantenía viva.
Los niños del barrio eran quienes mejor la entendían, siempre la buscaban para divertirse y le pedían que se riera porque realizaba un sonido muy peculiar, parecido al relincho de un caballo.
Los años pasaban y la joven seguía comportándose igual para desesperación de su vecino Antonio, que incluso le molestaba que nunca estuviera entristecida.
Cuando cumplió los 33 años, Rosa decidió hacer una fiesta de cumpleaños y pidió a todos sus amigos que se disfrazaran para la ocasión. Cada uno de los invitados llegó a la fiesta con disfraces a cual más estrafalario. Pelucas, volantes, bigotes, todos desarrollaron la imaginación al máximo. La llegada de cada invitado le generaba una estruendosa carcajada sin fin, pero cuando apareció Lola, su mejor amiga, fue apoteósico, entró vestida de pato mareado y con una botella de ron en la mano. Rosa se quedó impactada, abrió los ojos como platos y comenzó a reír y a reír sin poder parar.  No había forma de frenar esa cascada de carcajadas y de repente se cayó al suelo y perdió el sentido. Había muerto de un ataque de risa en el día de su cumpleaños. 
Cuando se enteró su vecino lo lamentó mucho y pensó "si ya lo decía yo que tanto reír no era bueno". Un mes después Antonio fallecía al salir de su casa cuando le caía una maceta en la cabeza. Había vivido 30 días más, pero su vida había sido entre preocupación y preocupación, disgustos, críticas y sufrimiento. Rosa murió riendo y con una sonrisa en la boca. Dos formas de vida, dos maneras de vivir y con el mismo final.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Smell Coffee: La confianza perdida

Smell Coffee: La confianza perdida: Como cada mañana, un jueves de noviembre Joaquín se levantó, se duchó con agua templada, decidió estrenar una camiseta roja y sus vaqueros ...