viernes, 4 de enero de 2013

No sin papeles @livingsanfrancisco





Los Ángeles, la ciudad de las estrellas, del glamour y de los actores de Hollywood, quedará en mi recuerdo como el lugar donde pasé un trago amargo y una nueva lección para no olvidar.

Volvía de disfrutar las Navidades en España, tranquila y confiada. Me conocía el camino de vuelta y las 15 horas de avión me las veía hechas.  Celebré Nochevieja en Valencia y directa me fui al aeropuerto para tomar mi vuelo a las 7 de la mañana. Sabía que sería una paliza, pero la diferencia económica merecía la pena y confiaba en que podría dormir en el avión. Llegué al aeropuerto de Los Ángeles, agotada y esperé con paciencia mi turno en la eterna cola de inmigración.

Llevaba mi pasaporte con mi visado donde indicaba que expiraba el próximo mes de septiembre. Sin embargo, la alarma me saltó cuando vi a dos chicos que llevaban otros documentos. Los visualicé y los encontré en el armario de mi apartamento de San Francisco. “Dios mío” –pensé- “¿me los pedirán a mi también?” Pero reflexioné y me dije “ya lo tienen todo registrado. El caso de estos chicos será porque es la primera vez que entran en el país, lo mío es pura rutina”. No obstante, me situé en la cola donde había un agente de inmigración con aspecto simpático. Mi suerte no me acompañó y me obligaron a cambiarme de fila donde había menos pasajeros y me atendió un asiático. En EE.UU ya es conocido el sistema y si quieres solucionar algún trámite burocrático colócate en la cola de un funcionario asiático, son más eficaces, pero si buscas comprensión ves a la de un funcionario latino.

La teoría la confirmé al segundo y aunque llegué y puse mi mejor sonrisa lo primero que me preguntó es si tenía la documentación que acreditaba donde estaba trabajando. Asustada le comenté que se me había olvidado en casa y que pensaba que con el pasaporte y el visado era suficiente. Sin pestañear y con mirada de marine americano me dijo que me apartara y no cruzara la raya amarilla, no podía pisar suelo americano. A los dos segundos un policía me pidió que le acompañara y avergonzada ante el resto de pasajeros que no me quitaban la vista de encima como si fuera una narcotraficante, me escoltó hasta una sala donde permanecí retenida dos horas.

Desconcertada me encontré siendo la protagonista de tantas películas en la famosa habitación de interrogatorios. Un agente, serio y con cara de pocos amigos, me pidió que me sentara y me preguntó por qué no viajaba con esa documentación. Confusa les expliqué que se me había olvidado, pero que lo tenían que tener todo registrado en el ordenador, puesto que ya me lo habían pedido la primera vez que entré.  Es paradógico, pero a pesar de que California, con Silicon Valley a la cabeza, es la cuna de la tecnología, donde se concentran las sedes de Google, Facebook o Twitter, sin embargo en sus aeropuertos no existen los sistemas informáticos y debes llevar toda tu vida laboral y fiscal bajo el brazo.

Tras un agotador interrogatorio, tal cual una delincuente, me dejaron pasar y os escribo desde el otro lado, en mi cama de San Francisco. Eso sí, tengo 30 días para enviar la documentación al Departamento de Inmigración o de lo contrario deberé abandonar el país.

Está claro que en esta etapa de mi vida viviré siempre al límite y con la sensación de permanecer en el bucle del error del principiante.